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03 de Junio de 2013
Valor Junio "La Paz"


Enseñando Lyno Valores
3/06/2013
Valor Junio
La paz.
El cerebro de los niños posee una infinita capacidad de asimilar las experiencias sociales acumuladas por la humanidad durante cientos de generaciones. Así, de esta manera, los niños aprenden a hablar casi sin darse cuenta. ¿Por qué no aprovechar esta plasticidad del cerebro humano para inculcar valores como el de la paz? Es misión de los padres, educadores y profesores, que cuidan y atiende a los niños, enseñarles cómo desarrollar el noble arte de vivir como hermanos.
Suerte que algunas organizaciones como Unicef nos echan una mano. Y es que enseñar a construir la paz desde la más tierna infancia es uno de los objetivos de Unicef, que desde su página web, enseña a los niños cómo ser un constructor de paz mediante un decálogo, que expresa con frases los objetivos de paz que debemos construir desde la infancia. Doy un buen trato a los otros, soy solidario con los demás, vivimos juntos aceptando que somos diferentes, defiendo la vida, comparto con los que están situaciones difíciles, no hago daño a los otros, escucho, comprendo y respeto que existen opiniones diferentes, perdono y no guardo rencor y cuido de las plantas y animales son algunos de los mensajes con los que Unicef pretende enseñar el valor de la paz en el mundo a los niños, y cómo construirla.
Aprender a vivir juntos en paz y armonía, sólo será posible configurando un plan de acción bien estructurado que llene la mente de los niños de normas, valores, conceptos y comportamientos hacia la asunción de la paz y el rechazo a la violencia como componentes esenciales de su personalidad. Y esto hemos de hacerlo en el momento que el niño forma su personalidad, no después.
Fomentar la asimilación de valores de paz, prosperidad, perseverancia, aprecio a la diversidad, honestidad, honradez, trabajo y respeto ayudará a los niños a crear un mundo mejor. Educar a un niño en estos valores significa que el mundo contará en un futuro con un adulto que ponga en práctica lo aprendido y lo plasme en su trabajo. La clave para llegar a ser un país que proclame la paz a unísono reside en la educación de los niños.

Cuento
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Llegó el día. El joven dragón Brodek tendría que elegir su bando, y convertirse en un dragón de la noche o en un dragón de la luz. Ambos grupos, enemigos naturales, se odiaban a muerte, y cada dragón, al llegar su tiempo, tenía que escoger uno de los bandos y formar parte de su ejército.
Casi todos se decidían siendo aún pequeños, y se entrenaban durante años, antes del cambio definitivo. Pero Brodek no lo tenía claro. Y ya no le quedaba tiempo. Al amanecer, sus alas se cubrirían con el azul de la noche o el dorado del sol, y permanecerían así para siempre, y todo su ser odiaría al sol o a la luna sin poderlo remediar. Era el precio del mágico y funesto don de escupir fuego.
Por eso Brodek había ido a pensar al bosque, donde esperaba encontrar una respuesta. Pero allí, sentado, en el silencio de la noche, no había respuestas. Sólo una luna llena blanca y preciosa, con pálidos brillos de plata. Y el viento en las hojas de los árboles, más suave y frío que de constumbre, como despidiéndose del joven dragón. Y la noche, una noche profunda llena de estrellas lejanas... Por nada del mundo quería Brodek convertirse en un dragón de la luz para odiar toda esa maravilla, y sintió cómo sus alas comenzaban a teñirse lentamente con el color de la noche.
Pero la noche fue perdiendo fuerza para dar paso a las primeras luces del alba. Era ese uno de los momentos favoritos del dragón, y disfrutó de los tonos rosados del cielo, del suave calor del primer rayo de sol en la cara, de los brillos de cristal y fuego en las aguas y de la alegría que despertaban en el bosque los primeros cantos de los pajarillos... No, tampoco quería ser un dragón de la noche para odiar tantísima belleza.
Y antes de que las lágrimas inundaran sus ojos, antes incluso de saber cuál era el color definitivo de sus alas, Brodek voló hasta la laguna, se sumergió cuanto pudo en ella para calmar su sed de paz, y voló hacia el cielo, tan alto como pudo, como tratando de escapar de la injusta tierra y de su cruel destino. Y cuando estuvo tan lejos que el frío le impedía mover las alas, abrió la boca para soltar su gran llamarada, como queriendo gastarla completamente, o no haberla tenido nunca.
Pero en lugar de fuego, de su boca surgió una finísima capa de escarcha que cubrió los campos, como si su deseo de paz y el agua de la laguna hubieran obrado un milagro. Y sólo entonces descubrió que no sería un dragón de la noche, ni un dragón de la luz, pues una de sus alas pertenecía a la luna, y la otra la sol.
Y cada cierto tiempo, Brodek vuelve a decorar los campos con su mágico aliento escarchado, como queriendo recordar al mundo que no es necesario elegir entre el día y la noche cuando no se sabe odiar.